miércoles, 24 de abril de 2019

CARTELES DE ENSUEÑO, PERO QUÉ…?

Hay que vivir de realidades y fundamentalmente… de presupuestos. En el toro no se puede intentar ser más que el otro, pues por esa vía se llega muy rápido a la ruina y a la vergüenza. Se hacen extrañar el señorío, la decencia, el desprendimiento y la solidaridad en la administración de la cosa taurina. 

(Juan Medrano Chavarría)


En los pueblos están de moda los carteles rimbombantes, que cuesta muchísimo dinero financiar, mientras la gente tiene carencias básicas. Este año de recambio de autoridades municipales era propicio para replantear aspectos conceptuales y organizativos en la perspectiva de un manejo responsable y de proyección sostenible. Sólo así alcanzarían verdadera categoría las plazas de mayor aforo en el interior del Perú.
 
Pero al parecer el drama se repite, sólo cambian los protagonistas. No hay dinero para los toros y los alcaldes o presidentes de comités tienen que hacer cosas poco santas para conseguir las arras y asegurar las ferias de sus pueblos. Antes, tres décadas o más, se nombraban procuradores –gente honorable- que comprometía el apoyo de los barrios y personas naturales para la organización de las corridas de toros. Luego aparecieron los entusiastas comités y a partir de los años noventa, los alcaldes asumieron la organización de las ferias taurinas en la mayoría de provincias y distritos del norte del Perú. 

Sin un fondo inicial para solventar los temas contractuales, cómo se concretan los compromisos relativos a toros y toreros…? Esta parte oscura –pues el erario público no contempla partidas para este tipo de espectáculos- es el punto de partida de la crisis organizativa en que están inmersas las comunas desde hace muchos años. 

El tema no es tan simple como parece. En buen romance, no sólo se trata de traer a los mejores toreros e importar ganado bravo de otros países. Hay que partir de una realidad concreta: contar con el recurso tangible para emprender el tipo de empresa que se proyecta; administración elemental que no se ejecuta por la falta de idoneidad y capacidad de las autoridades locales. 

Ejemplos hay y muchos: del 2015 para adelante Bambamarca dio carteles de cierto tronío y el 2018 cerró arrastrando deudas. Cutervo intenta limpiar su honra tras la desvergüenza del 2017 importando ganado bravo español pero al día de hoy los costos se disparan…. Y Chota, nuestra entrañable Chota, tras el escándalo del año pasado, apuesta otra vez por los carteles de relumbrón con ocasión de las Bodas de Oro de su plaza de toros. 

En buena parte del sur el asunto es diferente. Perviven los mayordomos y alferados devotos y en plazas como Coracora, Ayacucho, existen taurinos de hueso colorao que no escatiman meterse la mano al bolsillo para financiar la grandiosa feria taurina en honor a la Virgen de las Nieves. En otras plazas el tema es perfectamente manejable, pues se echa mano a los toreros nacionales y al buen pelotón de extranjeros afincados aquí, que constituyen una buena opción en nivel profesional y honorarios. Claro está que en los pueblos la gente va a toros por su patrón y porque es su fiesta, no por tal o cual torero o ganadería. Sino, veamos el ejemplo de Santa Cruz en el 2017: toros españoles de Torrestrella que fueron vistos por unos pocos curiosos y el organizador en la ruina. 

No nos oponemos a la presencia de las figuras del toreo en los carteles de los pueblos, pero en este país de extrema pobreza, hay que financiar el coste de sus honorarios, honrar sus pagos y cumplir con las obligaciones conexas. No hay que desvestir a un santo para vestir a otro. La fiesta exige un sinceramiento y manejo responsables. Que vuelva el señorío, la decencia, el desprendimiento y la solidaridad en la administración de la cosa taurina. Todo con proyección, porque no se puede estar de la misma manera durante toda una vida. 

El progreso es una exigencia natural del devenir y a ello debe apuntar el esfuerzo del ser humano. De allí que con trabajo honesto y planificado, las ferias taurinas del Perú pueden llegar a ser rentables, coadyuvando a su autosostenimiento, al mejoramiento de la infraestructura de las plazas de toros y a la difusión de la cultura taurina entre los jóvenes aficionados que necesariamente deben ser el relevo generacional de los que estuvieron siempre allí y poco o nada aportaron al engrandecimiento de la fiesta.