jueves, 13 de septiembre de 2018

La descarada autoridad del rey provoca a las figuras

Una tarde más, el peruano descerraja una puerta grande. La compañía de Ponce en la salida a hombros agravió a El Juli.

/www.elmundo.es/ Zabala de la Serna/


El papel se acabó en taquillas días atrás. En La Chata no cabía un alma más. Un reventón. Inmejorable el cartel. Como la imagen de la plaza. Roca Rey una vez más de por medio en el tironazo del duelo a tres bandas intergeneracional. Enrique Ponce y El Juli como arietes de la veterana maestría.

"A ver qué toros trae Daniel", decían expectantes los albaceteños. Los toros de Daniel Ruiz, que desembarcaron en la misma mañana, habían sido reconocidos en el campo por cuestiones de salubridad. En la duda de sus paisanos, la sospecha.

Y salió Limpiador con su bravura carcomida. Como la humillación. En su abierta cuerna y en la longitud de pitón, el supuesto trapío. Una jiba como coronación. Apretado el cuerpo. Su desaborido comportamiento en el capote de Jocho creció exponencialmente en la muleta de Ponce. Cada vez más alta la cara, cada vez menor el recorrido. Hasta pararse antes de hora.

Enemigo vino a empeorar las cosas. La expresión lavada bajo la abierta cabeza, la anatomía sin hacer, la fuerza exigua como el fuelle y el fondo. La clase ausente. El Juli acudió en su ayuda con la suavidad en línea. No hubo caso. De una estocada baja acabó con la nada.

Cuando la cuestión de "a ver qué toros trae Daniel" empezaba a responderse sola, saltó el bonito Almendrito. Otra conformación de cara, otro estilo de embestir. En las lúcidas manos de la inteligencia de Roca Rey, aún más lucido. Un rasguño fue el puyazo corrido. El quite por aladas chicuelinas siguió sembrando la esperanza. Como en el poderoso saludo a la verónica. RR desató las pasiones por péndulos silvetistas. Clavadas las zapatillas, el lío. Y en su diestra imantadora los rieles del inmenso trazo, la catenaria de la ligazón. Los cuatro derechazos acinturados de la segunda tanda desembocaron en un cambio de mano superlativo. Almendrito se estiraba con buen son en su humillada embestida. El sitio del peruano también se manifestaba en la preclara lectura de los tiempos entre series, en la media distancia, en los paseos que oxigenaban al toro. Que por el izquierdo no se daba igual. Y el torero de luminosa piedra lo esperaba. La última ronda de redondos causó un temblor de lentitud. Como el inmenso pase de pecho. Vació por completo el depósito del daniel. Tan bien administrado. Las bernadinas cambiadas travistieron los oles en ayes estremecidos. Un cañonazo inapelable tumbó la puerta grande. La autoridad del rey rendía una plaza más.

Lamentablemente, al grandón cuarto -que había apuntado cosas notables- se le partió un pitón en un capotazo de Mariano de la Viña ya en banderillas. Como una rama seca sonó el cuerno enterrado en la arena. El presidente Coy impuso el sentido común sobre el reglamento. El feo sobrero del mismo hierro embestía tal cual era. Sin humillar y mal andado, pero sin maldad en sus aristas. A su altura, Enrique Ponce lo enredó en una faena de infinita paciencia. Y raza para acabar con las rodillas por tierra. Una cadena de molinetes penitentes como postre arrancado de orgullo. El aviso cayó antes de coger el acero. Que se hundió mortalmente. El invento de Ponce lo premiaron con las orejas, las dos.

La provocación de Roca Rey en el territorio de las figuras también espoleó a El Juli. En el saludo por verónicas y chicuelinas, en la intervención por lopecinas, en la serena faena. Pero el palco no mantuvo el mismo baremo. Su muleta desprendió temple y relajo con la linda armonía del quinto. En su derecha, meció Juli con despaciosidad la bondadosa clase. Reunido y sereno el embroque. A izquierdas no ponía el toro de su parte lo mismo. Y entonces brotaron los recursos julistas. Unas luquecinas entre el fino tacto. Que volvió a sentirse en plenitud por la mano notable del tal Depravado. Los redondos y los circulares invertidos desde la quietud prendieron La Chata. Cierto es que el pinchazo y la colocación trasera de la estocada desdijeron. Mas si lo de Ponce se hubiera quedado en una oreja... El cabreo de El Juli fue mayúsculo. Como el enfado de la masa por su desatendida petición de la segunda pieza de trofeo.

La insaciabilidad de Roca Rey volvió con el colorado, redondo y acucharado sexto. Largas de rodillas y el quite amexicanado como nuevo ataque a la cúpula. A la bondad del toro le faltaba chispa. RR quiso buscarla sin hallarla en una obra de larguísimo y quizá desordenado metraje. Un aviso antes de perfilarse. Los templados momentos de mayor conexión se perdieron con la espada.

A hombros se llevaron al rey con la noche y tres horas de función a cuestas. La compañía de Ponce en la procesión agravió a El Juli.

DANIEL RUIZ | Ponce, El Juli y Roca Rey.

Plaza de Albacete. Jueves, 13 de septiembre de 2018. Sexta de feria. Lleno de "no hay billetes". Toros de Daniel Ruiz, incluido el sobrero (4º bis); terciados; vacíos 1º y 2º; notable el 3º; manejable sin humillar el 4º bis; de buena clase el 5º; bondadoso y soso el 6º.

Enrique Ponce, de tabaco y oro. Estocada rinconera (silencio). En el cuarto, estocada (dos orejas).

El Juli, de negro y oro. Bajonazo (silencio). En el quinto, pinchazo y estocada muy trasera (oreja y fuerte petición).

Roca Rey, de azul marino y oro. Gran estocada (dos orejas). En el sexto, pinchazo y estocada. Aviso (petición y saludos).